martes, 10 de febrero de 2009

Brasil y Argentina: de la tragedia a la farsa

Brasil y Argentina: de la tragedia a la farsa

“La historia se repite dos veces:
una como tragedia y otra como farsa”
Karl Marx

Allá por el año 1864 el ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton, envió un informe a Londres sobre el comportamiento del por el aquel entonces presidente de Paraguay, Francisco Solano López, en la que informaba como éste último “estaba infringiendo todos los usos de las naciones civilizadas”. Los “delitos” cometidos por la “barbarie” del gobierno de Paraguay eran los derechos de importación y exportación que se fijaban para proteger una economía soberana. Un año más tarde, Brasil y Argentina, financiados por los bancos ingleses, iniciaban la envestida contra la hermana República de Paraguay, en la que se conoce como la guerra de la Triple Alianza. En 1865 Paraguay era un país libre y soberano, habitado por un millón y medio de habitantes, y con una economía en constante crecimiento; en el año 1870, al finalizar la guerra, Paraguay era un país sometido, devastado política y económicamente, y habitado por tan solo doscientos cincuenta mil habitantes. A la ordenes de los intereses de la metrópoli, Argentina y Brasil guerrearon contra un país hermano desconociendo la soberanía de un país que estaba cometiendo un sólo “delito” contra el imperio: proteger su economía ante los grandes mercaderes en beneficio del pueblo de Paraguay. La tragedia generada por esta guerra totalmente injusta parecía estar marcando un destino para nuestra América Latina, un destino que impediría la formación de la tan ansiada Patria Grande.
Hasta el día de la fecha Argentina y Brasil no se han hecho cargo de tamaña masacre a una población hermana, pero lo que es aún peor, tampoco parecen hacerse cargo de la responsabilidad de seguir manteniendo vivo el destino marcado por la guerra del Paraguay. Mientras Venezuela, Ecuador y Bolivia han iniciado, desde hace unos años, un proceso de transformaciones políticas, económicas y sociales que marcan la necesidad de la unidad Latinoamericana en pos de la segunda y definitiva independencia para nuestros pueblos, mientras Paraguay ha comenzado a transitar ese mismo camino con un nuevo período que tiende a asemejarse, por su política soberana, a aquel de hace ciento cuarenta y cuatro años, Brasil y Argentina siguen sin dar señales concretas – ¿Acaso una foto de sus presidentes en alguna conferencia o cumbre no resulta mas bien anecdótica a esta altura? –, de querer impulsar, de manera conjunta con los pueblos hermanos, el cambio político para la liberación de nuestra América.
Brasil aún sigue sin romper, a pesar de las promesas, con la hegemonía del capital financiero; continua manteniendo las tasas de interés más altas del mundo, atrayendo el peor tipo de capital; elabora políticas con miras el gran capital exportador, asegurando una forma de explotación de la tierra de carácter monopólico, caracterizada por la utilización de transgénicos, volcándose a la exportación de un producto como la soja, cargado de consecuencias negativas; retarda la tan ansiada reforma agraria impulsada por los campesinos sin tierra.; y, por sobre todas las cosas, se niega a integrarse en pie de igualdad con los países Latinoamericanos que proponen otra vía para enfrentarse de lleno a los Estados Unidos como cabeza del imperialismo mundial.
Lo de Argentina es aún más triste. Mientras desde el plano discursivo se levanta la bandera nacional y se habla del bicentenario de la independencia de la patria, se mantiene una legislación propicia para la intromisión de las grandes trasnacionales, legislación que, además, es producto de las dictaduras neoliberales que en los años 60´ y 70´ se impusieron a costa de la desaparición de una generación de luchadores sociales. Un dato curioso deja al descubierto la ausencia de una política que tenga como horizonte la soberanía y el bienestar del pueblo trabajador: a sesenta años de la sanción, durante el primer gobierno de Perón, de la Constitución Social, derogada de facto por una dictadura, un gobierno Peronista no sólo no la incluye en su agenda, sino que ni siquiera la menciona como reivindicación histórica. En lo que a integración se refiere, no se han visualizado medidas concretas tendientes a generar acuerdos basados en la solidaridad entre los pueblos más que en el interés egoísta de cada país y sus banqueros.
Así las cosas, no es un dato menor que horas antes de asumir como presidente de Estados Unidos, Barack Obama, les hizo un guiño a Brasil y Argentina al mencionarlos como sus potenciales aliados en Latinoamérica. Porque si bien Brasil y Argentina no siguen los ideales extremistas neoliberales de los 90´, continúan relacionándose con Estados Unidos como sí fuese sólo un país rico sin tener en cuenta (o sin querer tener en cuenta) su posición de cabeza del bloque imperialista que –económica, financiero, tecnológica, político, militar, ideológica o mediáticamente –representa lo peor de nuestros días, por cargar con la responsabilidad de la concentración de la renta de las políticas de libre comercio; de la miseria; de la degradación ambiental; de las guerras; de la especulación financiera; de los monopolios mediáticos, etc.
La actitud de Brasil y Argentina de no enfrentarse al imperialismo no solo los lleva a cometer graves errores que afectan directamente en sus respectivas soberanías, sino que, además, sus complacencias con el imperio siguen llenando de piedras el camino que otros países de la región han comenzado a transitar para liberar definitivamente a nuestra América. Allá por el año 1865 impidieron, a las órdenes de Gran Bretaña, el fortalecimiento de una Nación hermana que pugnaba por el crecimiento de nuestra Latinoamérica, con una guerra trágica que aniquiló al pueblo Paraguayo; aquí por el siglo XXI repiten la historia pero esta vez desde la farsa de las fotos y los discursos integracionistas que pregonan una unidad que en la realidad de los hechos aún no han puesto en práctica.
Pero aún hay tiempo y esperanza para que Argentina y Brasil asuman su compromiso enterrando aquel destino marcado por la guerra del Paraguay. Sólo se trata de abandonar la farsa antes de que sea demasiado tarde y la tragedia vuelva a repetirse en suelo Latinoamericano.

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